…soy un drogadicto de la poesía.
A Ezra lo arrastraron por las calles en una jaula de madera.
Blake creía en Dios.
Villon fue un ladrón.
Lorca chupaba pingas.
T. S. Eliot trabajaba de cajero en una ventanilla, la mayoría de los poetas son cisnes, son garzas…
Extracto del poema titulado: «Droga».
Título del libro: «El amor es un perro que viene del infierno».
Autor: Charles Bukowski. Año de publicación: 1977.
Por: Ricardo Caballero
Un inicio caótico y absurdo como la vida misma. Se suponía que esto debía ser escrito, corregido y entregado semanas atrás. La historia, tan sencilla como surrealista, tuve la oportunidad de asistir a un evento que congregaba a un sinfín de personas, pensamientos, vestimentas e ideologías, con un fin que unía a cada participante: la relación del humano con la adicción.
Esa mítica y peligrosa armonía entre el ser pensante y la necesidad de saber y sentir más de lo que se presenta frente a los sentidos. Me veo obligado a realizar un par de aclaraciones. Yo, como aquellos asistentes, tuve una relación estrecha y mortal con el tema, pero no pretendo, como diría el folclor, “balconearme”. El fin de este escrito no es juzgar como bueno o malo; lo jodido, jodido está.
Espero que entendamos que no es más que otro estigma en la sociedad. Como explica
Erving Goffman (1922 – 1982), esta herida no nace en el individuo hasta el momento en que este choca con los otros, aquel entorno que tiene mil caras, despiadado como el frío sin chamarra, pero alentador como una buena rola independiente, si acaso existe algo así. Pero eso es otro tema. Para ser claro en la aclaración, cayendo en lo redundante, esto no es otra
cosa que un cúmulo de ideas, con la finalidad de presentar las dudas que me acompañaron ese día. Se aleja de un juicio moral o de una receta que indica cómo sobrevivir a la tentación.
En el momento en que abandoné el recinto, vino a mi estropeada cabeza una imagen clara: un debate entre Charles Bukowski y Tomás de Aquino, imposible como ver a Salvador Dalí (1904 – 1989) siendo humilde. Tan abrupta fue la idea que la abandoné para poner atención en la conversación con el colega que me invitó.
Solo en casa volvió la disputa, quizás no del siglo, pero interesante para perder el valioso tiempo. Heinrich Karl Bukowski (1920 – 1994) vive en un contexto que le podría dar toda la acreditación para ser un cínico. Su ingenio se ve reflejado en lo inmundo de una noche de cualquier ciudad adornada de neón y un claro olor a cañería. Tommaso d’Aquino (1225 -1274), por su parte, es un erudito capaz de abandonarse a una idea clara, un reglamento divino.
Honestamente, sé muy poco del segundo, solo un dato que me hizo plantear aquella discusión: este, como el anterior, no veía en el exceso un problema, sino un hábito tan natural como el sueño de volar, pero al igual que Ícaro, con el temor de caer con las alas
incendiadas.El deber ser de Immanuel Kant (1724 – 1804) es abordado con burla por Bukowski. ¿Cómo esperan que se tenga esa obligación con un ente llamado Estado, cuando este me ha arrojado a las tinieblas, con la única esperanza de que, al fallecer, mi cuerpo esté enterrado a un lado de un desconocido que recibe visitas, que no tienen la menor idea de quién acompaña a su ser amado por una separación estrecha de tierra? Aquino, con destreza, da
la razón a Kant, usando la virtud estipulada por Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C.), esta que es capaz de dar belleza y sentido a la vida de cualquier persona, sin importar más que el placer de sentirse satisfecho por los hábitos que se sienten propios.
El debate se ve interrumpido por un tercer pensador, Antonio Escohotado (1941 – 2021), quien invita a todos, incluyéndome, a dejar a un lado la experiencia personal y abordar el tema desde un punto de vista histórico, llevando la conversación al pasado para llegar a unaperspectiva clara en el presente.
“Siempre hemos tenido una estrecha relación con lo prohibido, y esto ha tenido un argumento de peso detrás: la libertad, esa necesidad de sentir el libre albedrío”, dice esto mirando de reojo a Aquino, “pero que sea algo más profundo que simplemente disfrutar de tener la mente al revés”, mira con una sonrisa a Bukowski.
Por mi parte, despierto del sueño un poco alterado y veo en mi mano un cigarro consumido. Pude haber muerto, debí pensar, pero solo opté por encender otro e intentar determinar
qué idea se asoma de esa historia inconclusa, sin pies ni cabeza.
Volviendo a la honestidad, no llegué a nada. Interrumpí la línea de pensamiento con un video de Tri-line: “Lo mejor y lo peor de 2024 #1”. Una chica de Australia bailó de manera peculiar; es lo único que se grabó en mi memoria. Pero aquella distracción me hizo entender que este tema, como muchos otros que pretendo abordar en este espacio —claro, si es que existe la posibilidad—, no cuenta con una conclusión.